lunes, 10 de octubre de 2011


NO ME GUSTA EL RISSOTO

Sé que al escribir estas cinco palabras me voy a crear más enemigos que Mourinho entre los "Culés" pero así es. No solo me parece un arroz engachado e incomible si no que tiene toda la pinta de ser un timo, la demostración palpable de que los italianos son los "putos amos" de la mercadotecnia, capaces de venderle un ventilador a un Inuit.
 A mi entender (no poseo pruebas concluyentes) todo debió comenzar cuando  un cocinero italiano se despistó ligando con una clienta  de su "ristorante" (en esto también los "putos amos") y se le pasó el arroz tres pueblos. Cuando vio el restaurante lleno y el desastre que tenía en la perola calibró dos opciones. Una, arrojarse al Tiber o al Arno o al Pó (dependiendo de cual le pillara más cerca) con la olla atada al cuello o dos, sacar la vena de comerciante que desde Marco Polo llevan los italianos grabada a fuego en los genes y tratar de vender la burra lo más enjaezada posible para que no se viera que estaba en los huesos y llena de mataduras.
 Así pues se dijo: ¿cómo puedo hacer para que este engrudo sea comestible? buscó a su alrededor y halló una botella de nata fresca. Tate, se dijo, si le añado la nata y lo remuevo bien los granos se separarán algo y los comensales podrán meter la cuchara en el plato y sacarla sin que quede encallada para siempre o se quiebre por el mango al intentar extraerla. Vio que aquello adquiría una textura más apetecible, pero el sabor seguía pareciéndose al engrudo de pegar papel de modo que volvió a interrogarse, ¿Qué tengo en la cocina cuyo sabor enmascare esta catástrofe? Y en la fresquera que pendía del techo halló la solución, ¡Parmesano! Uno de los quesos de sabor más intenso y persistente que existen. Dicho y hecho, ralló una generosa porción y la mezclo con el arroz y ¡Oh milagro! ¡Oh maravilla de la improvisación! Aquello era, si no sublime, por lo menos digerible. Después le añadió desmenuzado un resto de Arrosta di maiale (lomo de cerdo, para entendernos) que le quedaba del día anterior y entonces hizo lo que han hecho todos los italianos desde la noche de los tiempos; le puso un nombre pegadizo.
 Pensó, E un risso con tutto, ecco, ¡RISSO-TO! Y se quedó más ancho que el estadio de la Fiorenttina. Acto seguido y con la pompa y boato que le ponen los transalpinos a todo lo que hacen, ya sea conquistar el K2 o poner un cappuccino, entró en la sala donde los comensales llevaban dos horas esperando con las tripas rugiéndoles como los leones del anfiteatro Flavio y anunció: señoras y señores, hoy serán ustedes testigos de un paso capital en la cocina internacional. Tengo el gusto de ofrecerles un plato, fruto de años de estudios e investigaciones, la elevación a los altares del sabor, del humilde arroz del mezzogiorno. Y entonces, ¡ZAS!, les endosó el rissoto. La gente que a esas alturas ya se había bebido hasta el agua de los floreros, se arrojó sobre aquello como los náufragos de La Medusa y como el plato les llenó la panza y tras repetir un par de veces se sintieron ahítos y contentos, entre los vapores de una grappa (obsequio de la casa) y unos puritos que habían sobrado de una boda, los comensales comenzaron a vitorear al cocinero al grito de “¡RISSOTO, RISSOTO, RISSOTO  y salieron a difundir la buena nueva por todos los rincones de la bota.
 La cosa no hubiera salido de Italia y todos habríamos salido ganando de no ser por una cosa maléfica llamada cocina de autor, que ante la falta de ideas se dedicó a rebuscar en ajados libros de cocina popular, recetas, a las que dando un toque chic y reduciendo las raciones al mínimo aconsejable por la OMS, vender como el re-copetín pintado de verde.
 De esa manera el rissoto y otros infames condumios pueblan en nuestros días restaurantes con ínfulas, secciones de cocina de revistas y dominicales, libros con unas fotos muy bonitas que se venden en grandes superficies, programas de televisión y más recientemente blogs, video blogs y demás páginas del ciberespacio, vendiéndonos como una delicatess lo que no es más que un arroz engachado con nata de brik y queso parmesano (a veces incluso del rallado de bolsa del súper)

1 comentario:

  1. jajaja, yo tambien odio el risoto. Con lo sueltecito que me gusta a mi el arroz...

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